lunes, 15 de diciembre de 2008

Habitación 203: Reflexión


¿Qué soy? ¿Café? ¿Taza? ¿Azúcar?

Me apetece un café. Entro en la cocina y abro el mueble. Cojo una taza, vuelvo a cerrarlo, acerco la taza y la coloco bajo el grifo. Giro la llave y cae agua en el interior. A veces me parece un milagro que con un simple giro de muñeca consiga tener agua en mi taza. Una vez tomada la medida (un poco más que el café deseado) suelto la taza, cojo la cafetera, la abro, la huelo y la dejo. Tomo la taza, me quedo mirando el surco que ha dejado sobre la encimera. Vierto el agua en la cafetera y le pongo el filtro. Abro de nuevo el mueble, cojo el bote de café, cierro el mueble, inserto mi nariz en el bote y con los ojos cerrados aspiro su cautivo aliento encarcelado desde la mañana. Tomo una cuchara. Esta no, que está rayada, esta mejor. Lleno el filtro de café, cierro la cafetera, la coloco sobre la vitrocerámica, giro el mando hasta la posición cuatro, me lo pienso mejor, apago la vitro, cojo la cafetera, la abro, cojo la cuchara y vacío un poco su contenido. Cuando lo tiro dejo la cuchara, que va escupiendo pequeños granitos de café color marrón oscuro por toda la encimera. Vuelvo a cerrar la cafetera, vuelvo a dejarla sobre la vitrocerámica, vuelvo a seleccionar la posición cuatro y espero. Me quedo mirando. Me levanto, cambio a la posición cinco y vuelvo a sentarme. Me levanto de nuevo, selecciono la posición seis y espero impacientemente sentando a que el café comience a gritar. Cuando lo hace me levanto rápidamente, apago la vitrocerámica, acerco la taza, vierto el café, tomo una cucharilla pequeña, me llevó la taza a la sala y me siento. ¡El azúcar! Me levanto, voy a la cocina, abro el mueble, tomo el azucarero. Ya me he dejado la cucharilla en la sala. Cojo otra, y la incrusto entre el blanco azúcar. Me arrepiento. Busco azúcar en terrones. Tengo que tener alguno por ahí. Seguro que quedaban. Muevo las cosas de un lado a otro del mueble, pero no los encuentro. Termino por sacarlo todo y en un rincón, detrás de una bolsa, encuentro dos terrones envueltos en papel. ¿Estarán buenos? Si esto no se echa a perder... Lo vuelvo a meter todo en el mueble. Ya ha cambiado el orden de cada cosa, pero no importa, todo está dentro. Cierro las puertas, sumerjo los terrones de azúcar en el café y me dirijo, taza en mano, a la sala. Me siento. ¿Dónde está el mando de la tele? Lo busco en la mesa, en la estantería repleta de películas y libros, en el mueble de la televisión. Me quedo mirando al sofá, meto la mano en uno de los laterales y lo encuentro. Enciendo la tele. Hombre, El Maquinista de la General. Me reclino un poco, acerco la taza a mis labios y la retiro a toda prisa. Este café está frío. No hay quien se lo beba.
(Depende del momento...)

4 comentarios:

Dekamara dijo...

¿Tu estas dejando el cafe? Jajaja. Describes muy bien lo que a veces supone un simple y placido cafe. Nos vemos, un abrazo.

jjcanve dijo...

Jajajaja eso intento, Dekamara. Ya que no puedo paladearlo con la lengua lo hago con los dedos...

(ya sabes, la incesante búsqueda)

Abrazos.

AliceP dijo...

también soy de las que se le enfría el café, pero no porque lo esté dejando, no remoloneo... soy así de despistada y desorganizada... con lo fácil que parece... XD

no digo nunca nada bueno de mí, jaja.

besos!

ZHEUS dijo...

tienes salero, chacho si me lo permites "se va ha quemar el cafe"

un saludo