lunes, 13 de abril de 2009

Habitación 207: Autómata


Me soné la nariz y comencé a sangrar. Sonreí. Casi había olvidado que soy humano. A veces lo olvido por completo y comienzo a deambular sobre mi sombra como un autómata por un tiempo indefinido. Mis pasos se hacen ligeros, apenas toco el suelo al andar y mi cuerpo no responde a las órdenes de mi mente. Cuando esto sucede no es por insubordinación, simplemente no hay órdenes que cumplir.

Rompiendo la madrugada pasó un coche gritando como coche y con la risa típica de rueda al girar. Ese sonido me hizo pensar en el movimiento y la quietud. ¿Qué prefiero? El movimiento es vida, aire, sonidos y placeres; la quietud es conocimiento y desconsuelo. ¿Párpados abiertos o cerrados? ¿Verdades que engañan o mentiras sinceras? ¿Cadenas o alas? Prefiero ser libre, ante todo libre. La libertad está detrás de nuestros párpados, sólo ahí y en ningún otro hueco de nuestra existencia. Tenemos incluso la libertad de elegir dejar de ser libres y atarnos al sonido del tiempo numerado. El despertador me gritaba: ¡Duerme! Pero decidí no hacerlo, preferí soñar y claudicar unas horas ante la dictadura de mi propia conciencia.

Una gota de sangre tiñó mi almohada. Una forma abstracta se fue formando y en cierto modo me sentí culpable de condenarla a muerte. Pensé en volver a posar ni nariz sobre ella y esperar a que naciera completamente, pero ya era tarde para eso. Decidí entonces levantarme y bajar al baño para limpiarme.

Entonces pensé en el Arte. Bajé las escaleras en penumbra. La luz de mi dormitorio llegaba hasta el último escalón, a partir de ahí se iba difuminando con la negrura de la noche. Me encanta escasa luz de la madrugada y como acaricia los objetos dulcemente. ¿Tiene el Arte vida propia antes de convertirse en obra? Pulsé una tecla de mi teléfono móvil. Su luz apenas me ayudaba en la tarea de adivinar la posición de los muebles. ¿Qué es en realidad la inspiración del artista? ¿Una creación en sí o un simple canal que el Arte usa para manifestarse ante nuestros ojos? Detuve mis pasos en seco ante una silueta que encontré al final del pasillo. Inmóvil, como yo, me miraba fijamente o al menos eso creía. Pensé en salir corriendo, pero mis músculos no se movían ante la insistente orden que mi mente le mandaba: ¡Huye! Poco a poco me fui acercando hasta que conseguí ver sus ojos sin vida. El terror que invadía mi cuerpo en ese momento se acrecentó ante la imagen de mí mismo que tenía delante. Lentamente mi otro yo se dio la vuelta y comenzó a andar como un autómata por el pasillo hasta que se perdió en la noche. Dejé caer el teléfono y le seguí en un camino sin final, eterno, perfecto, como un vuelo nocturno sobre la tierra de nadie, moviendo mis alas por instinto y surcando la penumbra de mis propios pensamientos…. por siempre.

No hay comentarios: