sábado, 7 de noviembre de 2009

Habitación 301: No saldrás a pasear esta mañana




En el más absoluto silencio abre los ojos. Intenta mantener en la memoria aquel bello sueño en el justo momento en que se transforma en recuerdo. Ha soñado con Judith, aquella chica que se mantuvo tan alejada que nunca se atrevió a confesarle sus verdaderos sentimientos. Todavía entre las sábanas y sobre el cálido colchón baja las escaleras como un auténtico autómata. En la penumbra de la ceguera neural presiona el botón de la cafetera, que esperaba esa acción desde que la noche anterior fuera vestida con el blanco del filtro y el negro del abundante café. Rebanada de pan en la tostadora, manos sobre el frío mármol de la encimera, varios intentos por salir de ese estado y al fin el olor del café le hace despertar un poco. Comienza el desfile de neuronas y las primeras ideas de la mañana brotan sobre los azulejos blancos. Le parece ver un caracol muerto. Piensa en el Coronel Walter E. Kurtz: “He visto un caracol que se deslizaba por el filo de una navaja, ese es mi sueño, más bien mi pesadilla, arrastrarme, deslizarme por todo el filo de una navaja de afeitar, y sobrevivir". Después de verter el café retira la tostada ligeramente quemada, la coloca en un plato y como cada mañana coge un libro al azar y lo abre aproximadamente por la mitad.

“Calcula la mantequilla que vas a necesitar –dijo él mientras le colocaba a ella su bufanda a rayas marrón y naranja y la gente hacía cola en la puerta de aquel cine” – dice el texto.

No encuentra sentido al texto. ¿Cómo dos personas pueden hablar de mantequilla delante de un cine? No importa. Seguramente ella sería preciosa. Vestiría una gabardina color camel y un enorme sombrero marrón. Sus piernas, al menos lo poco que dejaría ver, y sus rojos labios contrastarían con el desliñado aspecto del joven que la acompaña. Intenta imaginarla semi-desnuda debajo de aquella gabardina, intenta imaginar que es él mismo quien la acompaña, o mejor aún, que ella está en su salón, vestida sólo con la gabardina, el sombrero y el carmín cubriendo su perfecta desnudez. Comienza a excitarse, pero decide esperar y recrearse en la lectura, prolongar de algún modo aquella tensión sexual que acaba de brotar entre el personaje del libro y él mismo. Al fin y al cabo ¿Quién de los dos es más real? Casi se avergüenza de su condición humana, ya que carece de esa pureza que posee el personaje ficticio de las novelas. Al menos ellos se muestran tal y como son, sin tapujos, sin cambiar de actitud a merced del viento que sopla en ese momento. La infidelidad como humano hace que desee vivir como aquellos a los que admira. Extrañado por su pensamiento esboza una ligera sonrisa de complicidad y sigue leyendo:

“Me gusta esa arruga que aparece en tu frente cuando sonríes – le contestó ella metiendo sus manos bajo la bufanda.”

Da un sorbo de café, ya casi frío, y sigue leyendo:

“Él se acercó lentamente y besó su cuello como nunca nadie había hecho jamás. Ella sonreía complacida por aquella cálida respiración sobre su piel cuando notó un dolor punzante en el estómago.

-Acaba de empezar a llover así que no saldrás a pasear esta mañana – le susurró mientras el cuerpo de la joven caía sobre el asfalto recién humedecido por las primeras gotas de lluvia y la incipiente sangre que brotaba de la apertura de la gabardina marrón”

Arrepentido por leer esa parte decide cerrar el libro y comenzarlo en cuanto recoja los restos del desayuno. Se acerca a la cocina, deja los platos y desde la ventana ve como empiezan a caer tímidas gotas sobre el ladrillo del alfeizar. Le encanta este momento en que todo está siendo transformado por la lluvia. El sonido del teléfono lo saca de su ensimismamiento. Es Judith. Había olvidado por completo su cita. Se viste apresuradamente y al salir coge las llaves y la bufanda a rayas marrón y naranja que dormían sobre la mesa.

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